La conocí en una taberna berlinesa una fría noche de octubre, yo era el único borracho que quedaba cantando viejas canciones de borrachos y de amores imposibles. Estaban recogiendo para cerrar tras un duro día de trabajo y me negaba a irme sin conseguir un beso de la bella dama que colmaba las jarras de cerveza y acompañaba la absenta con sonrisas afrodisíacas.
Aquella sucia taberna era todo cuanto me quedaba en la vida, tras años viviendo solo en esa infernal ciudad decidí que ya era tiempo de volver con los que siempre quise estar. Fue un intento fallido, pero era tan poético verme brotar la sangre de mis arguelladas muñecas, notar como la vida se me iba en cada bombeo de corazón…No pude soportarlo. Quizás soy demasiado cobarde, quizás me entró la cordura, quizás me imagine a mi mismo, esa misma noche, viéndola sonreír…
(Continuará)