miércoles, diciembre 28, 2005

Voy a contar una cosa:
No sé si ha sido un sueño, o una alucinación, o si lo vi o lei en algun lado, pero el caso es que me levanto en mitad de la noche, adormilado, y me entran ganas de mear.
Voy al baño, micciono, me la sacudo y padentro el pajarito.
Me miro en el espejo y me descubro con un aspecto sublime. Desorientado agarro la cuchilla de afeitar, la miro exrañado (como si fuese la primera vez que me encontraba ante tal instrumento) y tras una leve sonrisa, al creer haber encontrado la respuesta a su funcionamiento, me la acerco a la boca, me cepillo los dientes.
Es como si los afilara, se produce una fina capa de deshecho de diente, al igual que el deshecho del lapicero al sacarle punta.
En ningún momento este proceso es doloroso. Es, en mitad de mi somnolencia, rutinario.
Me quedo un rato mirando, sin ver, absorto, ante el espejo. Sacudo la cabeza y mancho las blancas paredes de la sangre que nunca tuve en mi boca, que en ningún momento produjo la cuchilla, y ahora aparezco desmejorado, con un camisón blanco de hospital, y sin reconocer al tipo del espejo, al tipo sublime.
Aquel hombre murió hace tiempo, en el mismo instante en que aprendió a pensar.